Los Estados cuya meta sea generar puestos de trabajo para su población, o atraer a las fuerzas móviles del capital privado, interno o externo, a su territorio, primero deberán generar las condiciones para que esto suceda y para ello deben tener muy en claro que las medidas que apliquen hoy ya los va a ir situando en algún lugar del ranking para la radicación futura de las empresas generadoras de trabajo humano.
Las pérdidas de trabajo pueden ser inconmensurables, quizás pudiendo compararse únicamente, y en una proporción menor, con las tasas de desempleo que se alcanzaron en el punto más álgido de la lucha contra el covid-19 durante el 2020 en varios países.
Uber actualmente destina el 75% de lo facturado por sus viajes a sus conductores, que deben hacerse cargo de seguros, combustibles, alimentarse y vivir. Uber ya es hoy en día una de las empresas con mayor valor bursátil del mundo. Imaginemos cuán valiosa podría ser la empresa cuando sea capaz de reemplazar a cada conductor humano por un auto autónomo. Imaginemos ahora que los bancos reemplacen a sus analistas hipotecarios por algoritmos que den préstamos de una forma más inteligente y con menores tasas de default. En Holanda, por ejemplo, la cantidad de sucursales bancarias existentes por cada 100 mil habitantes cayó 56% en el período comprendido entre 2004 y 2014. En Dinamarca, en el mismo marco temporal, las terminales automáticas cada 100 mil habitantes se redujeron en un 44%[149]. Todo parece indicar que la tendencia seguirá este camino. Desde la perspectiva del accionista del banco, su pensamiento podría ser ¿para qué mantener lugares abiertos, y los empleados directos o indirectos que ello conlleva? Después de todo, la sociedad está virando a un modelo centrado en el dinero digital, lo cual les ahorra toda una serie de costos a los bancos, a los que se suman, el costo del transporte del dinero, sin contar los empleos indirectos que ello genera. A la industria bancaria, le llegó su momento “Uber”. Los nuevos bancos digitales como BruBank o Ualá son la nueva competencia de Banco Galicia, BBVA, Santander, Citigroup, Wells Fargo, JP Morgan o el HSBC, entre otros. No es de extrañar que a nivel local, en Argentina, veamos firmas como Garbarino y Ribeiro, dos grandes empresas dedicadas a la venta minorista de electrodomésticos al consumidor final, bajar sus persianas, mientras Mercado Libre recorre un ascenso meteórico.
Ya sabemos lo que ocurrirá con los camiones autónomos y los drones o robots que van a disminuir significativamente los costos logísticos. Sí, los gremios pueden oponerse y la clase política también, pero cuando no haya quién oferte nuevos trabajos, por las condiciones más competitivas de otros países, el castillo de naipes, tarde o temprano, caerá por su propio peso.
Quizás como sostenía Marx, en vez de ver una dispersión de las ganancias en distintas industrias, con empresas de distintas regiones, vamos a empezar a ver cada vez más una concentración de sumas astronómicas en las manos de cada vez menos actores, mientras al mismo tiempo veremos aumentar las cifras de desempleo. O quizás, suceda algo distinto y las fusiones entre compañías nacionales y extranjeras, tengan más incidencia que las concentraciones monopólicas y oligopólicas, y se mantengan estructuras locales que entiendan mejor la cultura y el contexto de sus mercados. Así prime la primera opción o la segunda, ninguna de las dos garantiza que no vaya a aumentar la tasa general de desempleo.
La automatización de las fábricas le robará a los países en vías de desarrollo la ventaja económica con la que siempre contaron, que fue el trabajo “barato”. Incluso, al avanzar hacia la producción en tareas operadas por robots, es posible que las fábricas se relocalicen de forma más cercana a sus principales mercados, quitándole protagonismo a las maquilas mexicanas y a países como China y otros de los Tigres Asiáticos, a no ser que los países impongan un impuesto a “las máquinas”, lo cual contradice el postulado actual de muchos países en donde las empresas pueden acceder a beneficios fiscales si reinvierten sus ganancias para aumentar su producción. Es verdad que hoy muchas fábricas están ya plagadas de robots, pero estos no son autónomos. Son máquinas que pueden repetir acciones sin frenar, pero no pueden tomar decisiones por sí mismas o improvisar una nueva solución ante un acontecimiento incierto.
La mayoría de los economistas se sesgan a sí mismos al profesar que el desempleo inducido por la tecnología no es posible. Fue de hecho el mismísimo John Maynard Keynes quien en 1933 introdujo el concepto del desempleo tecnológico. Hasta donde vimos, todo parece indicar que los nuevos algoritmos no solo copian lo que hacemos como humanos, sino que lo hacen de forma más eficiente y rápida, pero supongamos que no sea el caso. Supongamos que estos algoritmos no sean mejores que nosotros, pero sean efectivamente iguales a nosotros en el desarrollo de nuestras tareas. ¿Por qué nos pagaría alguien sistemáticamente a nosotros, sabiendo que habrá días que nos enfermemos, días que nos tomaremos vacaciones, y feriados que nos beneficiarán por ley, cuando uno podría comprar a una especie de gemelo o clon digital nuestro que podría trabajar 24/7 sin requerir un salario a cambio? A mi no me dan las cuentas de los teóricos que dicen que no podemos quedarnos sin empleo debido a la automatización y el avance del AI. Los gemelos de los que hablo, son por supuesto algoritmos.
El desempleo genera descontento y revuelo social. Esto creo que ocurrirá más rápido de lo que podríamos creer, y no va a discriminar entre aquellos profesionales altamente formados en instituciones educativas formales, como aquellos que no cuentan con dicho poder, haya sido por injusticia social o decisión propia. Este es el peligro real del la AI, desorden social, colapsos políticos y desempleo masivo.
[149] Automated teller machines (ATMs) (per 100,000 adults) – Denmark, Netherlands | Data. (2023). Worldbank.org. Visto el 10 de febrero del 2023, en https://data.worldbank.org/indicator/FB.ATM.TOTL.P5?locations=DK-NL.