El futuro nunca es como pensamos

 

Imaginemos que vivimos en alguna gran ciudad de Europa al inicio del 1900. El mundo entero parecía estar bajo la influencia de Inglaterra, España, Francia, Portugal o algún otro imperio de la región. Europa gozaba de una prosperidad sin precedentes gracias a los avances de la primera Revolución Industrial y la plena conformación del Estado-Nación con Parlamentos y un poder distinto al de las coronas. El comercio internacional se había vuelto tan significativo que nadie se imaginaba una guerra que venga a alterar dicho estado de paz. El futuro parecía estar garantizado para los europeos.

 

Ahora imaginémonos en Europa en 1920. Sus principales capitales habían sido arrasadas por la guerra más sangrienta de la humanidad. Los imperios austro-húngaro, Alemán, Otomano y el de Rusia habían desaparecido y millones de personas habían muerto. El comunismo había pasado a tomar el control de la ahora llamada Unión Soviética y otros países fuera del continente europeo comenzaban a mostrar su poder. Lo peor, si bien no había sido anticipado, ya había pasado, y no volvería a suceder, ya que se había condenado a Alemania a limitar su poderío militar futuro a través del Tratado de Versalles. Nuevamente, estábamos listos para continuar con el progreso.

 

Chasquido de dedos, ahora estamos en 1940. Alemania no cumplió con el Tratado que había sido forzada a firmar. Resurgió de las cenizas y pasó a conquistar toda Europa bajo la dirección del hombre más repudiado de la historia, Adolf Hitler. Alemania y la Unión Soviética se habían repartido el territorio de Polonia y solo Inglaterra había logrado resistir su embestida. Nada parecía poder revertir la situación, Alemania continuaría controlando la eurozona por muchas décadas más.

 

Nos movemos ahora a 1960. Alemania fue nuevamente pisoteada tras el final de la guerra, siendo derrotada tan solo 5 años después de 1940. Europa se encontraba dividida en dos partes, una bajo la tutela de Estados Unidos y otra por la Unión Soviética, mientras ambos países competían por quién predominaría sobre el otro, lo que derivó en una competencia armamentística sin precedentes, con ojivas nucleares de por medio; por lo que el mundo entero se empezó a preparar para una guerra nuclear que se sentía inminente y que podría acabar con todo tal cual lo conocíamos.

 

Ahora nos trasladamos a 1980. Estados Unidos había perdido la guerra tras años de intensos combates; pero no contra la Unión Soviética, sino contra Vietnam. La poderosa nación del Norte se veía a sí misma cabizbaja frente al resto del mundo y no presenciamos ningún cruce de misiles nucleares entre las dos grandes naciones de ese entonces.

 

Hacemos un esfuerzo más y nos situamos ahora en el año 2000. La Unión Soviética había colapsado y Estados Unidos era la potencia mundial indiscutible. China, en papeles comunista, estaba practicando cierta apertura comercial y viraba hacia el capitalismo con más fuerza que nunca. El mundo parecía estar encarando nuevamente una era de prosperidad y progreso al ritmo de las Punto.com.

 

Bien, llegamos al 2020 y el mundo descansa sobre un orden multipolar, con Estados Unidos a la cabeza sí, pero con China prácticamente a la par, y con países como Rusia, Alemania, Francia, Inglaterra, Japón, Canadá, Australia, y muchos otros de menor tamaño, ejerciendo su cuota de poder en el plano internacional. No presenciamos ninguna nueva guerra mundial ni la desaparición de ninguna otra nación de gran peso en el escenario internacional. ¿Encontramos, ahora sí, el camino al progreso y la paz continua? Claro que no, ya que como se puede observar no existen períodos mágicos de veinte años. En todo caso, debemos enfatizar la idea de que cualquier asunción lógica siempre parece ser errónea una vez que contamos con la tapa del diario del lunes. Sin ir más lejos, y contrastando el período anterior, recordemos cómo en septiembre del 2001 el mundo entero fue puesto patas para arriba. Las eras van y vienen, y nuestras formas de organización social y la tecnología que usamos también lo hacen.

 

En el reciente e infame 2020, la humanidad se encontró con un virus de veloz propagación. Un virus que, hasta la fecha, resultó letal para más de seis millones de personas a nivel mundial, y que hasta la aparición de una vacuna conocida tuvimos que combatirlo lavándonos las manos de forma frecuente y tomando medidas de precaución sanitaria que suenan básicas en el marco de una pandemia, como restringir el contacto con otras personas o usar máscaras que cubran nuestra nariz y boca para ayudar a prevenir la expansión del virus. Así, mientras generaciones pasadas fueron enviadas, a la fuerza, a combatir en guerras sangrientas, lejos de sus casas, bajo trincheras, nosotros tuvimos que enfrentar la batalla epidemiológica más importante de nuestras vidas con sugerencias que rogaban que por favor nos quedemos en nuestras casas. Así y todo el virus nos ganó por más tiempo del deseado, por la falta de controles y los vivos de siempre que ignoraron las advertencias de sus gobiernos y la Organización Mundial de la Salud.

 

¿Qué decir entonces de la avanzada ordenada por el presidente de la Federación de Rusia, Vladimir Putin, contra Ucrania? Intentar predecir eventos futuros ciertamente es difícil. El abanico de problemas actuales es diverso, y versa desde la inminente crisis ambiental, hasta el reemplazo de la fuerza de trabajo humana por la robótica en el mediano plazo, aunque quizás, tal como señala Salmon Kinley[1], nunca nos quedaremos sin trabajo hasta que no nos hayamos quedado sin más problemas por resolver.

 

Habiendo dicho eso, mantengámonos situados en la actualidad e imaginemos que existen solo dos puertas hacia el futuro[2]. Si abrimos la primera, nos adentramos en un futuro en el que el progreso tecnológico se detiene, se congela abruptamente. En este futuro, sencillamente no podemos seguir construyendo máquinas más inteligentes que las actuales, ni automatizar nuevas tareas. ¿Qué podría detenernos de tal forma? ¿Una crisis? ¿Monetaria? ¿Financiera? ¿De recursos naturales? ¿Un virus? ¿Nuestra propia moral? Una guerra claramente no, porque a lo largo de la historia los sectores militares han impulsado innumerables avances tecnológicos. Desde aviones hasta la internet que hoy utilizamos segundo a segundo, para recibir nuevos mensajes de texto, divertirnos en una red social o leer las noticias. Sinceramente, deberíamos ser destruidos por algo primero, ya que no hay forma real de limitar el progreso de la ciencia y la tecnología por más que intentemos acorralarla de forma burocrática. De más está decir, que la reciente crisis desatada por la pandemia de covid-19, más que retrasar procesos, forzó la adopción de tecnologías que estaban disponibles hace años, pero que los gobiernos se negaban a aceptar, como la telemedicina o el teletrabajo. De hecho, si hablamos sobre el coronavirus, deberíamos poner sobre la mesa el acontecimiento del 30 de diciembre de 2019, cuando la Inteligencia Artificial de la empresa canadiense Blue Dot lanzó una de las primeras alertas respecto a un virus circulante en Wuhan[3]. Este algoritmo también predijo su próxima llegada a Bangkok, Seúl y Tokio debido a las distintas fuentes de información que lo nutren, entre ellos, noticias en más de sesenta y cinco idiomas, reportes de brotes de enfermedades y rutas comerciales áreas.

 

Esto nos inhabilita la primera puerta y tan solo nos deja con la opción número dos. Si abrimos la segunda puerta nos adentramos en un futuro en el que mejoraremos la calidad de nuestras máquinas día tras día, hasta que llegue el momento que sean más inteligentes y capaces que nosotros, evento conocido como Singularidad. Antes de que esto ocurra, distintas Inteligencias Artificiales nos reemplazarán en la mayoría de los puestos laborales hoy conocidos. No necesitamos un crecimiento exponencial en materia tecnológica ni que se cumpla la ley de Moore, ya que cualquier avance nos acercará constantemente hacia ese final. Solo debemos seguir adelante, y así lo haremos. Seguiremos mejorando nuestras máquinas y sus algoritmos, pero ello no será gratis para nuestro actual sistema de organización económica y social.

 

Tal como me dijo en una entrevista el profesor Klaus Schwab, fundador y presidente del World Economic Forum, o Foro Económico Mundial en español, los jóvenes debemos ser los exploradores y guías que nos aseguremos que la gente mayor entienda el cambio de una manera positiva, aprovechando las oportunidades que aparecen. Pues bien, este libro está dirigido a toda persona que quiera ahondar en los cambios que se avecinan, no importa tu edad, solo que estés listo, con la cabeza abierta a recibir nueva información que vamos a discutir juntos. La narrativa que estás por leer dista de ser color de rosa ya que no haremos omisión a las discusiones incómodas. Solemos favorecer ideas instaladas en el ideario popular porque son ideas que nos cruzamos frecuentemente a nivel personal y profesional, pero ello nos limita a pensar por fuera de la caja, lo que nos impide cuestionar nuestras creencias y suposiciones, alejándonos así de nuevas ideas que nos permitan decir “Eureka”.

 

Es claro que va a haber un cambio de paradigma en nuestra visión del mundo, lo que no es claro es cómo lucirá el resultado del mismo. Según mi investigación, será emocionante y problemático al mismo tiempo. Las amenazas van desde el desempleo masivo, hasta cuestiones estrictamente morales que la filosofía moderna aún parece no haber discutido en profundidad. Gobierno y mercado tendrán muchas discusiones duras por delante y nosotros no podemos ser meros espectadores de las mismas.

 

Ya Aristóteles, cerca del año 350 a.C., escribió en su libro Política que si cada herramienta, cuando se le ordena, o incluso por sí misma, pudiera hacer el trabajo que le corresponde… entonces no habría necesidad ni de aprendices para los maestros trabajadores, ni de esclavos para los señores.

 

El futuro de la humanidad parece estar siendo discutido y decidido con la ausencia de la gran mayoría en este debate sin precedentes. No importa si no formás parte de la discusión, porque hoy la realidad te obliga a centrar tus energías en otras tareas sumamente importantes, como preocuparte qué van a comer tus hijos esta noche, o quién va a cuidar de tus padres de avanzada edad el día de mañana. La discusión sobre cómo regular la Inteligencia Artificial, en realidad es una discusión sobre cómo regular a la humanidad bajo un nuevo paradigma. No se busca regular los algoritmos, se busca regular y moldear el pensamiento humano. Las consecuencias de las decisiones tomadas por el resto, terminarán impactando de lleno en tu día a día, y eso no es justo. Nadie dijo que la historia es justa. Después de todo, el refrán dice que la historia la escriben los que ganan.

 

Haz click aquí para volver al Índice
 


[1] Salmon, K. Jobs, Robots & Us: Why the Future of Work in New Zealand is in Our Hands. Bridget Williams Books, 2019.

[2] Harris, S. (2016). Can we build AI without losing control over it? TED. Visto el 15 de junio del 2021, en: https://www.ted.com/talks/sam_harris_can_we_build_ai_without_losing_control_over_it.

[3] Stieg, C. (2020). How this Canadian start-up spotted coronavirus before everyone else knew about it. CNBC. Visto el 18 de marzo del 2020, en https://www.cnbc.com/2020/03/03/bluedot-used-artificial-intelligence-to-predict-coronavirus-spread.html.